Ahora, sin embargo, una nueva generación de lectores electrónicos -más delgados, más portátiles, más cómodos de leer- ha revolucionado el mercado. Amazon, líder con su Kindle 3, ha incluido recientemente en sus servicios el préstamo de libros. Otros aparatos, como los que usan el software para tabletas de Apple y Google, han optado por aliarse con las bibliotecas públicas. Son viejos servicios, prestados a través de nuevos medios.
Las empresas están probando nuevas iniciativas que le eviten al sector editorial una sangría como la que vive el mundo de la música. Amazon ha probado con el préstamo: el propietario de un libro puede cederle a alguien el documento, en el formato azw, propio del Kindle, durante un máximo de 14 días.
El libro desaparece del aparato del prestamista y aparece en el del prestatario de forma temporal, para luego regresar a su alojamiento original. El resto de plataformas permiten el préstamo, además, por parte de bibliotecas públicas. La empresa norteamericana OverDrive ha diseñado un programa que deja a esas instituciones pagar una licencia y prestar los títulos como si fueran libros físicos.
Ese sistema de préstamos, implantado en diversas ciudades norteamericanas, es compatible con el iPad de Apple, la plataforma Android de Google y los lectores de Barnes & Noble, Sony y Kobo.
Con OverDrive se acabó el tener que acudir a la biblioteca a elegir libros. Se puede hacer desde el propio aparato con una conexión a la Red. Tampoco habrá más multas por retraso. Pasado un periodo de 14 a 21 días, el título desaparece y regresa a los servidores de la biblioteca de la que ha sido alquilado. El sistema de bibliotecas públicas de Washington ofrece ya al público 25.000 títulos en préstamo, una cifra que va en aumento.
Con OverDrive tampoco es imprescindible el lector electrónico, ya que el libro se puede descargar en teléfonos y portátiles. Más de 13.000 colegios y bibliotecas emplean el sistema en Canadá y Estados Unidos. Para ello, el lector debe descargarse una aplicación en su aparato (ya lo han hecho más de 100.000 personas) e identificarse como socio de la biblioteca.
Todo ello suena a ciencia ficción en España. Aparte de que no se encuentran las novedades y de que el precio de venta al público (y a las bibliotecas) sea mucho más alto que en aquel país, el servicio de préstamo bibliotecario de libro digital no existe, lo que no quiere decir que no haya libros digitalizados, principalmente antiguos.
El Ministerio de Cultura anunció en enero la primera fase de puesta en marcha de un curioso, cuando menos, programa de préstamos de libros digitales. Según el comunicado oficial, "se ha dotado de una media de 50 dispositivos a 15 bibliotecas públicas del Estado, con el fin de que pongan en marcha un servicio de préstamo a domicilio tanto de los aparatos lectores como de las obras en dominio público que contienen los e-readers y que estarán precargadas, bien en el propio dispositivo, bien a través de tarjetas SD".
La directora de la Biblioteca de Guadalajara, Blanca Calvo, se sorprende del préstamo del aparato. "¿Acaso prestábamos gafas para leer, por qué sí lectores electrónicos?".
El ministerio ha destinado a este programa 130.000 euros, que se van principalmente en comprar los aparatos, ya que los títulos, como dice la nota, son de dominio público. O sea, de Machado hacia aquí, poco.
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